El Camino de Santiago, como todos los caminos de peregrinación, es una ruta que parte desde innumerables orígenes y que tiene un destino final en Santiago de Compostela.
Es sin duda una ruta que podemos trazar en mapas, describirla o documentarla. Pero transitar por esa ruta no es siempre sinónimo de hacer el Camino. Hacer el Camino siempre debe ser peregrinar. Ir hacia un destino Santo o Sagrado, al margen de cómo cada persona entienda esa sacralidad.
Bastaría con tomar conciencia de qué nos lleva a cada persona a recorrer el Camino y a partir de ahí saber distinguir entre “recorrerlo” o “hacerlo”.
Las distintas formas de acreditación que existen para dejar constancia de haber hecho el Camino no discriminan entre quienes lo recorren y quienes lo hacen. Para quienes hacen el Camino el valor de esas acreditaciones es para la propia persona.
Donde mejor se pueden tener guardadas las Credenciales del Camino o colgada la Compostela que se obtiene en Santiago, es en el corazón de cada persona peregrina. Allí es donde debe tener su lugar destacado para recordarnos y actualizarnos nuestros Caminos, lo que experimentamos haciéndolos, y recordarnos dónde y con quién los vivimos.