Andar

Para mi hacer el Camino ha significado muchas cosas, pero si tuviera que señalar la más reveladora seria la del reencuentro con la facultad de andar.

Andar nos devuelve a nuestra condición esencial, la de ser seres humanos. Estamos diseñados para poder andar. Lo aprendemos en nuestra más corta edad y nuestros padres ansiaban que lo hiciéramos, como indicio de que nos íbamos desarrollando correctamente. Nuestra forma de relacionarnos con el entorno se fue asimilando distinta cuando empezamos a andar. Integrábamos las distancias a partir de nuestros pasos.

Hasta que algo o alguien nos mostró que había formas de ir de aquí para allá que aceleraban nuestros desplazamientos.

El Camino me enseño muy pronto que había perdido la visión real de mis capacidades. Y en especial la de andar y reconocer mi relación respecto a las distancias. Me di cuenta en mi primer Camino.

Salía bien de mañana en mi segunda etapa y en el primer tramo me puse a andar al lado de una autovia. En ese tramo había un cartel de carretera que anunciaba el destino al cual yo iba aquel día e indicaba que estaba a 21 km.

Me di cuenta en el acto de que esa distancia era la misma para mí que para los coches que pasaban rápidos por la carretera. Para los coches era casi llegar a destino y para mí era el inicio de toda una etapa del Camino.

Quizás era una obviedad pero para mí fue revelador. A mi paso llegaría a destino poco después de mediodía. Los coches estaban ya llegando.

El contraste me pareció tan significativo que surgió espontanea en mi una sonrisa y una profunda sensación de paz: el Camino se había hecho presente en mi interior y no ha dejado de estar ahí.